Hay partidos que se juegan con los pies y otros que se juegan con el alma. El 4-0 de San Martín sobre Atlanta en La Ciudadela tuvo de las dos cosas: piernas que corrieron como si el césped ardiera, cabezas que pensaron con lucidez y corazones que latieron al mismo compás que el de los hinchas. Fue una de esas noches en las que todo encaja, en las que la pelota parece obedecer y el equipo se reencuentra con su mejor versión.
Mariano Campodónico sorprendió desde la previa: un 3-4-1-2 inesperado y tres nombres que parecían relegados, pero que terminaron siendo protagonistas. Leonardo Monroy, Mauro Osores y Nicolás Castro ni siquiera habían estado en la lista de convocados la fecha pasada. Y esta vez entraron en escena y aportaron energía, orden y frescura. La apuesta del DT no fue un simple movimiento de piezas, sino una jugada de ajedrez que alteró el tablero completo.
El arranque lo demostró. Atlanta apenas estaba acomodándose cuando San Martín lanzó el primer zarpazo. Minuto 19: pelota parada, ese viejo recurso que cuando se ejecuta bien resulta efectivo. Centro y, tras un rebote, Martín Pino la mandó a guardar. Apenas dos minutos después, a los 21, Franco García aprovechó el desconcierto del “Bohemio” para clavar el segundo con un cabezazo desde el borde del área . Como en el boxeo, fueron dos golpes en una ráfaga que dejaron tambaleando al rival. Y Atlanta no volvió a ser el mismo; por eso lo que siguió fue un monólogo rojo y blanco.
La gran diferencia no estuvo sólo en los goles, sino en la actitud. San Martín corrió cada pelota como si fuera la última, se tiró a los pies y ensució la ropa con el barro de la entrega. Ningún balón fue perdido antes de tiempo; y esa fiereza contagió al estadio y desnudó a un Atlanta que, sin espacios ni convicción, parecía resignado a su suerte.
El tercer tanto, a los 33 obra de Matías García, fue otro golpe letal que terminó de liquidar cualquier esperanza visitante. En media hora, el “Santo” ya había resuelto el duelo. El resto del partido fue administrar la ventaja con madurez, pero sin renunciar a lastimar.
Defensivamente, el equipo también mostró una versión renovada. Después de varios partidos con grietas en el fondo, volvió a marcar hombre a hombre en la pelota parada en contra. Esa decisión, clásica pero eficaz, le devolvió solidez. Atlanta apenas pudo merodear el área sin generar peligro serio. San Martín volvió a ser un bloque duro, con todo lo que ello implica, cuando la mano viene torcida.
La segunda parte tuvo otro matiz. Con el resultado en el bolsillo, el “Santo” se plantó de manera más paciente y esperó. Atlanta debía adelantar sus líneas y lo hizo, pero fue ingenuo. San Martín lo dejó venir para luego castigarlo de contra. Así llegó el cuarto, una gran jugada colectiva: recuperación, salida limpia, pase filtrado de Juan Cuevas y definición impecable de “Wachi”. Fue el broche perfecto de una noche soñada.
Los cambios terminaron de sellar el triunfo porque los que ingresaron lo hicieron bien. No hubo desconexiones, ni fisuras, y el partido se cerró sin sobresaltos, con la sensación de que, si el reloj se hubiera estirado, San Martín podía haber ampliado aún más la diferencia.
El envión que San Martín necesitaba de cara a la recta final
La goleada no sólo sirve para la tabla. Tiene un valor simbólico y anímico porque le devuelve confianza y refuerza la convicción en un momento clave, y le da envión para encarar los últimos tres juegos de la etapa regular. Allí se definirá la posición de cara al Reducido, en donde los detalles suelen pesar mucho.
La lección es clara. Si San Martín mantiene el juego, pero sobre todo la actitud, puede mirar el futuro con esperanza. Porque el fútbol no siempre premia al más talentoso, sino al que se anima a pelear cada pelota como si fuera la última. Y contra Atlanta, el “Santo” mostró que todavía está dispuesto a dar esa batalla.